Buscar este blog

martes, 29 de septiembre de 2015

CASA DE PAPEL (BERNARD ROSE, 1988)

Finales de los años ochenta. El mundo del videoclub estaba en su máximo esplendor, y una servidora comenzaba a engullir películas sin cesar. Recuerdo que cada sábado por la tarde, junto con mi hermano y mis primas, íbamos a alquilarlas para disfrutarlas ansiosamente. Teníamos sobre nueve/diez años, poco más o menos que la protagonista de Casa de papel, cuando vimos la película por primera vez. Dejándonos llevar por la sugerente caratula, la alquilamos concienciados de que sería una peli de terror , pues era el género que más nos atraía. Pues bien, esta fue una de las primeras películas que, como muchas otras, marcarían mi vida y perdurarían en mi memoria para siempre. Que tiempos tan maravillosos...

A día de hoy, tenía leves lagunas en mi memoria de los niños, la casa y el faro ,  pero no recordaba de qué trataba exactamente, ni por supuesto todo lo implícito que había en ella. 
Hoy, más de veinte años después, me decido a revisarla y tengo que decir que me he encontrado con una grata sorpresa. He pasado por un momento de nostalgia, regresando a un pasado no muy nítido para poder entender mejor algo que sentí siendo niña pero, de alguna manera, con la mirada adulta, cosa que quizás me haya hecho comprender mejor  unos sentimientos olvidados; el mundo de los sueños en la adolescencia. Y precisamente de sueños va esta historia, aunque ciertamente, trata muchos temas más.

Anna tiene once años y está pasando  por un momento delicado en su vida. Como cualquier niño de esa edad, empieza a descubrir el mundo real, el mundo adulto, el amor, el paso de la niñez a la madurez, la muerte y los miedos que todo ello conlleva. También muestra el  distanciamiento de los padres  típico en la adolescencia, y con ello refleja un estado de rebeldía , el cual la lleva constantemente a un mal comportamiento y a mentir a conciencia, inventando todo tipo de historias. 

Precisamente a través de esa imaginación, Anna construye un mundo en el que plasmará sus pensamientos, haciéndose realidad para ella todo lo que dibuja en un papel. Una casa , un niño, unas escaleras, un árbol, un faro... Todo comienza a parecer real y durante un estado enfermo y delirante debido a la mononucleosis que la postra en la cama, comienza a vivir una experiencia muy extraña; cada vez que duerme o se desmaya entra en ese mundo de fantasía dibujada. Hasta ahí, la película ya resulta tremendamente especial, por la fantásticas imágenes  y originalidad de la estética. A pesar de su sencillez, la idea es tan bonita que te atrapa absolutamente y hace que te introduzcas en cada secuencia y sientas cada detalle de forma cercana. Junto a esa preciosa atmósfera onínica, se empieza a respirar de forma progresiva un aire realmente perturbador, pues como en todo sueño, hay lugar para las pesadillas más dantescas y en este caso se crea un ambiente  ciertamente aterrador. Lo verdaderamente curioso es que el niño que ella dibuja parece existir en la realidad. Marc es un niño enfermo ingresado en un hospital. Anna nunca lo llega a ver en persona, únicamente en sus sueños, pero la relación entre ambos es maravillosa, pues para ellos, es totalmente real.

Digamos que estamos ante una fábula en la que  dos niños cruzan sus realidades a través de los sueños, y es una experiencia tan emotiva, que hace de ella una película única, contada a través de un sólido y original guión, respaldado con unas buenas interpretaciones y una excelente puesta en escena. Además, cuenta con una deliciosa banda sonora, compuesta por Hans Zimmer, que la acompaña a la perfección en cada momento y ayuda mucho a introducirte en la peculiar historia.
Con todo,  la ópera prima de Bernard Rose, Casa de papel es sencillamente extraordinaria, y pienso que todo aquel que ame el cine en todas sus vertientes debería visionarla. Su extraña mezcla de géneros  resulta embriagadora y te cautiva de principio a fin. Totalmente recomendable .



No hay comentarios:

Publicar un comentario